AD 111/2021
Abstract: El Autor da unas pinceladas sobre el conflicto de Chechenia y se detiene a enumerar la actual situación sociopolítica de un país que se encuentra entre Europa y Asia.
Cuando, en 1992, el joven músico Maxim Pokrovsky compuso Haru Mamburu -una canción escrita en una lengua inventada que carecía de cualquier sentido- poco se imaginaba que esta iba a sonar a todo volumen por entre las calles de la que ha sido considerada por la propia ONU como “la ciudad más destruida del planeta”: Grozny, la capital de Chechenia.
Este tema da para varios libros enteros. Solo los antecedentes ya son un mundo aparte: una región fronteriza, imperialismo, represión, luchas religiosas y étnicas, gas, petróleo, una situación estratégica, un carácter indómito, corrupción, armas a raudales, pobreza, etc. Es el cóctel perfecto de la guerra.
Para resumir: cuando cayó la URSS, Chechenia no quiso formar parte del nuevo estado federal Ruso -los soviéticos y anteriormente los zares los habían ninguneado, deportado, masacrado y matado -literalmente- de hambre-. Esta negativa a unirse a la Federación se materializaba en las dos facciones separatistas: los independentistas “moderados” y los radicales islamistas wahabíes. Luego había otra facción, los pro rusos. E incluso vale la pena mencionar una cuarta, los independentistas Ingusos. La guerra civil estaba servida.
En plena efervescencia de los combates internos -donde se hizo gala de las archiconocidas técnicas del Cáucaso: toma de rehenes, secuestros, desapariciones y limpieza étnica-, los Ingusos se separan y constituyen su propio estado federal (Ingushetia), que queda integrado en Rusia.
El ejército de la federación rusa aprovecha el caos para entrar al trapo. En diciembre de 1994 empiezan los bombardeos a Chechenia. Pero no fue tan fácil: lo que parecía un país dividido se unió momentáneamente contra un enemigo común. Los Rusos hallaron una oposición feroz. Los combates eran abominables. Solo en la batalla de Grozny los Chechenos destruyeron alrededor de 250 vehículos blindados modernos. Las bajas civiles por un mes de combate se estiman en más de 25.000.
Todo el poderío militar de Rusia tardó año y medio en conquistar una porción de territorio del tamaño de Murcia. Y esa era la parte fácil: todavía quedaban las regiones montañosas de Vedeno y Urús-Martán, mucho más complicadas de tomar.
Luego el que fuera el hombre más buscado al este de Berlín, el wahabí Shamil Basáyev, tomó un hospital con más de mil rehenes y forzó a Boris Yelsin a establecer una mesa de negociación con el entonces presidente checheno, Dzhojar Dudáyev. No sin que éste declarara previamente la yihad contra los rusos y provocara que miles de combatientes acudieran en ayuda de Chechenia desde gran cantidad de países musulmanes.
Se llegó a una frágil e inestable paz. Era agosto de 1996…
El país estaba en ruinas, el paro era casi del 100% y por no haber no había ni electricidad ni agua corriente en un estado que posee algunas de las reservas más grandes de gas natural.
Entonces se sucedieron una serie de atentados atribuidos a los terroristas chechenos, pese a que hay fundadas sospechas de que algunos podrían tratarse de ataques de falsa bandera que buscaban justificar una futura invasión del país.
No se hizo de rogar. En agosto de 1999 se desató el infierno. Esta vez sí que va a ser un caos: Rusia y la República Chechena se enfrentan a los rebeldes chechenos, los insurgentes cucasicos, a varios miles de muyahidines, a Al-Qaeda y al Estado Islámico. No me extenderé en enumerar la lista de atrocidades. Sólo entre 1999 y el año 2000 perecieron 65.000 civiles. Los rusos no cometieron dos veces el mismo error. Esta vez se aseguraron de que lloviera sobre mojado antes de que entrara un solo tanque en Chechenia. Las ciudades eran meras montañas de escombros, los ríos estaban envenenados con los productos vertidos por las fábricas reventadas, los mercados eran sistemáticamente atacados… Se hizo uso de armas terribles, como las bombas térmicas que convierten el aire en fuego, a efectos prácticos.
En el año 2003, habiendo acabado la parte más cruenta del conflicto -con clara victoria de Rusia-, el gobierno de Vladimir Putin decide colocar a un líder checheno pro ruso en el poder: Ajmat Kadyrov. Su gobierno dura la friolera de 7 meses. Una explosión lo pulveriza cuando estaba presenciando un desfile militar. Se atribuye el atentado a los yihadistas.
Entonces aparece nuestro “showman”, nuestra estrella: su hijo, Ramzán Kadyrov. Es un tipo peculiar. Besa y abraza a Putin -literalmente- y este premia su perruna lealtad con miles de millones de dólares, que Ramzán invierte -en parte- en reconstruir su país.
De entre las cenizas de Grozny no se alzan campamentos de refugiados ni hospitales de la cruz roja sino rascacielos de cristal y parques temáticos. Es grotesco. Mientras el barrio norte parece una visión del fin del mundo, en el centro de la ciudad la gente come sushi y toma Coca-Cola en avenidas arboladas. Los Maserati y los BMW circulan junto a los viejos Lada, con las puertas acribilladas a balazos. Los hombres afines a Ramzán, sus ministros, sus planificadores urbanos y arquitectos, caminan vestidos con trajes a medida hechos en Milán por entre viudas harapientas y niños sin piernas.
Todos los opositores de Kadyrov desaparecen. Algunos se marchan voluntariamente, otros simplemente son subidos a un Land Rover negro sin matrículas y no se les vuelve a ver jamás. Se instituye la Sharia -para contentar a los Wahabíes, los rebeldes más radicales- y se vuelve al viejo sistema de Teips (clanes).
El parlamento es una pantomima. Hay retratos de Ramzán en cada esquina. Chechenia ha dejado de ser un país, ahora es una máquina de hacer dinero. Si tienes suficiente, todo se puede conseguir. Los contratos públicos valen varios millones de dólares. Las concesiones de explotación, unos cientos de miles. Las licencias de taxi, varias decenas. Incluso el frutero ha pagado unos miles para poder ejercer su actividad. Todo tiene un precio en el país de la corrupción. Mientras tanto, Kadyrov sale cada día en la tele inaugurando clubes privados, pescando en el río o haciendo salto base desde la azotea de un rascacielos recién acabado. Va siempre acompañado por guardias armados y cuando viaja le escoltan hasta 60 vehículos.
Los que denuncian los hechos son repudiados. Simplemente te despiden y no vuelves a trabajar jamás en Chechenia. Al jefe del servicio de ginecología del hospital general de Grozny le dan una paliza por atender a mujeres y debe exiliarse a Londres. Los repudiados que huyen y se atreven a armar barullo hallan la muerte allá donde estén: a uno le ponen una bomba en los Emiratos Árabes, a otro le vuelan la cabeza mientras se toma un café en Praga…
Una reportera es hallada con 5 disparos en una cuneta. ¿Su crimen? Denunciar la corrupción. Putin está radiante. También lo está Ramzán. Desde su llegada al poder en 2007, la violencia se ha reducido a cero. Si no contamos la que ejerce él, claro.
Tomando buena nota de las técnicas de Pablo Escobar, manda emisarios a todos los campamentos rebeldes que quedan en las montañas. Apenas son un puñado de jóvenes imberbes. Les hace una oferta que no pueden rechazar: un coche, una casa y un trabajo, o la vida de sus familias -que suelen hallarse prisioneras en un sótano frío-. La elección es evidente.
El dinero fluye como un río imparable. En 2014, Ramzán regala a Putin dos hoteles de 5 estrellas construidos en Sochi, con ocasión de los juegos olímpicos de invierno. Todos aplauden. No ha habido transición: literalmente se ha pasado de los escombros a los palacios y los bloques de apartamentos de lujo. De los blindados BTR-80 tripulados por soldados rusos borrachos, que se paseaban por Grozny haciendo sonar Haru Mamburu en sus altavoces mientras ametrallaban a civiles por diversión a los Mercedes Benz de alta gama y los Jeeps que regala Ramzán como si fueran flores.
A muchos chechenos la situación actual les parece una maravilla. Tras 15 años de guerra, pueden librarse de la muerte y la miseria con tan solo asentir, sonreír y pagar. Todo un lujo si lo comparamos con los bombardeos indiscriminados y las masacres organizadas.
La UE poco o nada tiene que decir de esta locura. A nadie importa que un pueblo sistemáticamente oprimido durante 200 años se haya visto forzado a vender su país a un despiadado “presidente” omnipotente al que avala una potencia mundial como Rusia. A nadie importa que a 4 horas de vuelo de Atenas -cuna de la democracia- se esté sustanciando el ejemplo máximo de corrupción del estado.
“Ramamba Haru Mamburu!”
Es el Cáucaso, tierra de fronteras y gente indómita. Cualquier precio parece ser bajo con tal de que no se cumpla el antiguo proverbio Checheno: “¿Cuando dejará de correr la sangre por las montañas? -Cuando la caña de azúcar crezca en la nieve.”
Nicolau Vidal Cubí, Ramis Abogados y miembro cofundador de A Definitivas.
