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Introducción.
La única constante es el cambio. La tecnología ha traído consigo el desarrollo de distintos ecosistemas de negocios, emprendimientos, nuevas formas de relacionarse y comunicarse por parte de la sociedad, transformándose el mundo de hoy (aunque ya suene cliché el término empleado) “en una verdadera aldea global”. Además, bajo este contexto, somos testigos del desarrollo en distintos tipos de delitos, como lo son aquellos relacionados con el cibercrimen, la difamación online, el lavado de activos, y por otra parte, el uso de la preponderancia estratégica de algunas potencias económico-político-militares sobre algunos países de menor influencia y mayor dependencia, a través de los denominados troyanos normativos.
El desafío a la NORMA.
Por ello planteo que la NORMA se encuentra bajo un desafío, porque más allá de verla como un simple y llano compilado de leyes, es intrínsecamente, una herramienta estratégica para hacer frente a esta nueva situación en la cual nos encontramos, en donde vivimos bajo un constante cambio y el futuro se vuelve cada vez más incierto. El valor del Derecho ha radicado principalmente en su capacidad creadora de normas, pero también, en la capacidad de establecer las características de hechos concretos y traducirlos a un concepto jurídico para así determinar ámbitos de regulación específicos y resguardar los intereses de una sociedad.
Es en este orden de cosas en las que, una de las principales acciones que se pueden tomar – por ejemplo – en relación con la regulación de los nuevos ecosistemas económicos y tecnológicos, como lo son blockchain, inteligencia artificial, minería de datos y muchas otras más; es desarrollar sistemas normativos que sean mucho más cognoscibles en cuanto a interpretación, flexibles en cuanto a su aplicación y adaptables en cuanto a sus fases de aplicación en el tiempo.
De esta manera, se vuelve necesario contar con estructuras y sistemas que vayan a la par con las nuevas exigencias de este nuevo contexto mundial, el cual es, uno de los principales desafíos que tienen aquellos ordenamientos jurídicos que tienen como base un sistema romanista, tradicional y poco flexibles. En este sentido, se deben paliar las trabas burocráticas y la ausencia de información que terminan por convertirse en camisas de fuerza para el libre desarrollo de la actividad económica y favoreciendo en ocasiones a oligopolios financieros. Además, el hecho de que se mantengan estructuras rígidas en los ordenamientos jurídicos genera una erosión en sus instituciones, ya que pierden su legitimidad como autoridad, se debilitan con el transcurso del tiempo y se vuelven mucho más vulnerables ante las amenazas e ilícitos de este nuevo mundo globalizado y cada vez más digitalizado.
El desafío a los Abogados.
No hay duda alguna de la profunda transformación que están teniendo hoy en día gran parte de las actividades del ser humano, v.gr., económicas, sociales, políticas, entre otras; como consecuencia de los avances tecnológicos y de los cada vez más complejos y efectivos procesos de digitalización. Por tanto, en este orden de cosas, los profesionales del Derecho – abogados principalmente – se enfrentan entonces al desafío de que desarrollen no sólo la capacidad, sino que también la flexibilidad, para adaptarse a este nuevo paradigma y no queden a la deriva ante un mundo que se mueve tan rápido y acelerado: hoy más que nunca, no se debe escatimar en adquirir nuevas y mejores habilidades.
Como consecuencia de lo anterior, es que ha surgido el análisis del cómo es elperfil tradicional de un abogado y se ha propuesta una metodología en la cual se establecen una serie de pautas en cuanto a cómo debería ser el perfil de un nuevo abogado. Esto es lo que se conoce como el profesional en forma de I vs el profesional en forma de T[1].
El abogado I.
Este profesional es característico del siglo XX, cuyos conocimientos en la ley se encuentran muy afianzados, pero carecen de habilidades conexas con otros campos y/o áreas del saber. Manejan la aplicación del ordenamiento jurídico para la resolución de conflictos o problemas de esta índole y poseen cierto grado de capacidades adicionales, que son aquellas que básicamente les permiten ofrecer sus servicios a clientes.
Graficando de alguna manera este perfil, quedaría ejemplificado de la siguiente manera:

Ante el escenario del mercado profesional y laboral, este perfil se ha vuelto insuficiente y cada vez es objeto de una mayor contracción, dada la complejidad de situaciones que deben resolverse como consecuencia de la aceleración digital, que dicen relación con el surgimiento de nuevas herramientas tecnológicas que facilitan la gestión documental, la automatización de procesos y el desarrollo de nuevos modelos de negocios jurídicos, principalmente. Sin embargo, viéndolo desde un lado más alentador, este fenómeno ha provocado que el abogado libere su tiempo de aquellas funciones repetitivas, permitiendo que su enfoque sea en tareas que revistan un mayor valor.
El abogado T.
A diferencia del anterior, este profesional no sólo posee un conocimiento del Derecho, sino que además ha tenido la iniciativa – o se ha visto en la obligación – de desarrollar nuevas habilidades que le permitan diversificar sus conocimientos, experiencias y competencias[2].
En esta línea, es posible graficar el perfil de la siguiente manera:



De esta manera, en cuanto a conocimiento y trabajo legal siempre constituirá el fuste del perfil, con la diferencia de que se incorporan conocimientos de otras áreas las cuales son también subyacentes al ejercicio del abogado, dado que no es lo mismo para aquellos que prestan sus servicios de manera independiente, a aquellos que trabajan en despachos o fiscalías de empresas con aquellos que se desempeñan en alguna firma o estudio jurídico.
Si embargo, hay elementos comunes que se integran al perfil T y diferencian al perfil I, los cuales son principalmente: conocimiento específico de o los negocios, destreza en tecnología y desarrollo de habilidades en inteligencia emocional.
Conclusión.
La innovación está generando un proceso dinámico de adaptación del Derecho (y la de sus profesionales) al nuevo contexto económico, social, cultural y político de hoy en día. Tanto el método dogmático como el pragmático, que son aquellos que facilitan la labor de interpretación y aplicación del ordenamiento jurídico, traen como resultado una precisa ecuación entre el contenido dispositivo de una norma con las circunstancias específicas de un hecho en concreto, por lo que se vuelve cada vez más relevante el manejo constante de un amplio conocimiento y de información en los nuevos fenómenos que se están configurando, reduciendo así esa brecha existente entre las realidades sociales concretas y la puesta en práctica de su arquitectura jurídica.
Por otra parte, la labor del jurista en estos tiempos no sólo debe circunscribirse a la identificación semántica de conceptos y hechos con trascendencia jurídica, sino que por lo demás, debe realizar una función de establecer relaciones y conexiones con otros ámbitos de conocimientos que permitan adquirir una visión mucho más amplia y así encontrar soluciones específicas a las complejas problemáticas del mundo de hoy. Para ello, se vuelve indispensable adquirir nuevas habilidades.
Las funciones o roles tradicionales en el ámbito jurídico están cada vez más en declive, por lo que la obligación es enfrentar estos nuevos desafíos con una nueva cosmovisión, en la que seamos conscientes de que no se puede estar ajeno a las transformaciones jurídicas y científicas que están incidiendo al Derecho. Es necesario por tanto, adaptarse en la medida de lo posible, tanto la Norma como abogados, a las exigencias del progreso.
Milton Maureira
27 de octubre de 2020
[1] Informe “Skills for the 21st Century General Counsel Report”, traducida y publicada por Federico Ast: https://medium.com/astec/cu%C3%A1l-es-el-nuevo-perfil-del-abogado-de-empresa-en-medio-de-la-transformaci%C3%B3n-digital-del-derecho-917230f01bef
[2] Ídem.



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