AD 79/2019
Resumen:
El presente texto pretende compartir, desde el profundo respeto por todas las familias que acuden a nosotros, y también por los profesionales de diversas disciplinas que trabajamos con ellas, reflexiones basadas en el estudio y la experiencia del trabajo con familias que cursan con violencia filio-parental, sobre todo aquellas ya separadas que han sufrido previamente violencia.
Especialmente en lo relativo a mi campo de intervención desde el ámbito psicoterapéutico sobre las dinámicas relacionales disfuncionales, específicamente triangulaciones entre los miembros de la familia, pero, si me lo permiten, que pueda quizás servir también para el profesional del ámbito legal. Ambas disciplinas, a mi parecer, íntimamente necesitadas para las familias que sufren violencia en el hogar, concretamente filio-parental.
Palabras clave.
- Violencia filio-parental
- Separación conyugal
- Triangulaciones familiares
- Dinámicas relacionales alienadoras
Esta suerte de texto pretende recoger de la experiencia profesional acumulada en la atención a familias que cursan con algún tipo de conflictividad relacional entre progenitores e hijos[1], reflexiones en torno a las diversas realidades de las mismas que en un porcentaje significativo coinciden en procesos similares de vivencias tempranas de agresividad, sino violencia, y procesos de separación que impactan tanto al mundo adulto como al filial.
Tras el desarrollo de una investigación realizada recientemente con muestra de familias que sufren violencia filio-parental, algo que se observa es la alta incidencia de familias separadas que acuden en busca de atención terapéutica, motivada por conflicto intergeneracional entre hijos y progenitores, en su mayoría madres.
Esto me llevó a explorar más detenidamente las motivaciones del conflicto, el origen y desarrollo, así como profundizar en las dinámicas familiares que, de alguna manera, favorecían la aparición de la violencia de los propios hijos hacia algún progenitor, repito, en un número significativo de casos, la madre.
De las familias separadas que actualmente cursan con violencia filio-parental, en un porcentaje relevante de las mismas, la separación vino motivada por la experiencia de haber sufrido una convivencia conyugal conflictiva y, lo más importante, durante los primeros estadios del desarrollo temprano de los hijos, aspecto que me gustaría desarrollar brevemente por la relevancia del mismo.
Imaginemos una infancia inundada por un ambiente conflictivo, en ocasiones agresivo incluso violento, un entorno adulto polarizado y angustiado y, aunque en consideración con el sistema filial, se encuentra mermado, sino invalidado, para ofrecer un contexto afectivamente nutricio, protector y socializador. No pretendo señalar víctimas ni victimarios, solo mencionar un posible sistema parental dificultado en sus posibilidades del ejercicio de una parentalidad reflexiva y positiva.
En este sentido, Linares (1996) desarrolló una propuesta de posibles alteraciones del desarrollo psíquico del infante en función del ejercicio parental y conyugal del adulto cuidador.
Figura 1. Posibles alteraciones del desarrollo madurativo
Fuente: Extraído de Linares (1996)
Como observamos, las relaciones entre progenitores y de los mismos con los hijos, pueden dan lugar a la emergencia y desarrollo de diversas disfunciones psíquicas en los procesos madurativos de los menores.
Con esto, intento acercar al lector jurista, la importancia de las relaciones parentales y conyugales en el ejercicio de la parentalidad, no solo en su función paterna, sino en la propia relación de pareja y el impacto que la misma tiene para el infante.
Unos años antes de que Linares escribiera sobre el impacto de la conyugalidad y la parentalidad en el desarrollo psicológico de los hijos, en 1985, Richard Gardner definió el concepto de “Síndrome de alienación parental” (Gardner, 1985; Tejedor, 2006), no es mi intención profundizar en un concepto de por sí controvertido en el mundo de la psicología, y mucho menos alimentar y alentar dicha controversia mostrando mi opinión al respecto, pero creo que, dado que se utiliza en diversos ámbitos para determinados propósitos, probablemente más que terapéuticos, legales, considero el presente texto una oportunidad para compartir algunas reflexiones al respecto de la empleabilidad de dicho concepto y la repercusión que el reconocimiento del mismo puede tener.
En este sentido, me pregunto “¿A qué responde, y para qué, el uso de la sintomatología del sufrimiento familiar? y ¿al servicio de quién está pensado proponerlo como tal? Estas preguntas surgen porque de la experiencia en el acompañamiento de familias, observo que en las mismas tiene un efecto paradójico pues, en numerosas ocasiones, lejos alentar al cambio y al crecimiento de todos sus miembros, señala “legalmente” a un adulto como “responsable” del sufrimiento del conjunto familiar.
Si me permiten compartir una impresión, todos los agentes que acompañamos procesos de duelo o sufrimiento familiar, deberíamos tener en consideración la implicación del conjunto familiar, de manera conjunta o separada, pero reconociendo el malestar generalizado e individualizado, teniendo presente que el bienestar último y principal, recae sobre los hijos, y tomar partido reconociendo la fuente del sufrimiento sobre un progenitor (si no ambos), puede dificultar y ralentizar un proceso madurativo personal y relacional del núcleo (o núcleos) familiar/es. Por lo que invito a pensar, más allá de la controversia de cualquier concepto, el uso que del mismo se hace y las repercusiones que pueda tener en la propia familia, más si es legitimada por el ámbito legal.
Si observamos con detenimiento, es cierto que las separaciones conllevan una alteración de las relaciones intrafamiliares de todos los miembros, tanto conyugal como parentalmente y también en el sistema filial, más si previamente se han vivido experiencias de conflicto y/o violencia, por lo que animo a pensar más que en una sintomatología concreta, en la compleja red de relaciones disfuncionales que, de alguna manera, tejen entre todos los miembros de la familia, motivados por la angustia vivida.
Además, todo proceso de separación conlleva una transición de cambio vital, lo que implica la consecuente aceptación de perdida, que en ocasiones se experimenta con tristeza, incluso irascibilidad, e incertidumbre ante lo novedoso, muy frecuentemente vivida con cierta preocupación y temor ante lo desconocido, por parte del conjunto familiar, ya sea en los adultos, pero, sobre todo de los propios hijos.
De la experiencia, y del estudio de la misma a través de investigación realizada al respecto, observamos cómo se dan determinadas “dinámicas relacionales alienadoras” (aprecie el lector que no refiero ningún trastorno ni síndrome, sino dinámicas y patrones de relación del conjunto familiar), pero si profundizamos en las mismas, observamos que todos los miembros participan de alguna manera en la construcción y consolidación de tal dinámica relacional disfuncional que, en determinados ámbitos psicoterapéuticos, se denomina triangulación relacional (Hoffman, 1981).
Me gustaría, si me lo permiten, mostrar con un ejemplo lo anteriormente expuesto. Un porcentaje importante de las familias que he atendido por violencia filio-parental, se trata de familias separadas, donde se ha vivido previamente episodios abiertos de conflicto conyugal o violencia y la custodia es mayoritariamente materna. La relación del hijo con ambos progenitores suele ser mala y entre los mismos, o es muy mala o no hay relación tras la separación. Un dato tan llamativo como relevante, es que el hijo reconoce que no quiere saber nada de su padre, con quien suele estar distanciado (también es cierto que dicha distancia, suele estar validada por el padre), pero culpabiliza a la madre de su malestar.
Este dato posiblemente serviría a los profesionales que defienden el término de “síndrome de alienación parental” para argumentar su posición de cara a posibles litigios conyugales por procesos de separación o custodia, si no fuera porque merece la pena sumergirnos en las motivaciones de los hijos para tomar dicha postura frente a sus progenitores.
La culpabilidad hacia la madre, no guarda tanta relación por la ausencia del padre motivada por la separación, ni porque ningún progenitor posicione a su hijo en contra del otro progenitor, sino por el malestar acumulado de vivencia conflictiva en casa durante los años previos por parte del hijo, por una convivencia actual donde la madre sola hace frente a una crianza de uno o varios hijos, trabajando a la vez, donde el padre puede no acompañar el desarrollo madurativo y es precisamente en la relación de convivencia, donde el niño/adolescente, actúa su malestar contra la madre, en definitiva, el adulto con quien convive, quien a su vez se ve desprovista de capacidad para contener el malestar del hijo, en ocasiones de una manera desregulada, por todo el sufrimiento acumulado.
Es por ello, que lejos de pretender crear controversia, invito a pensar el término acuñado “síndrome de alienación parental”, hasta donde yo sé no reconocido ni legitimado por los órganos colegiados competentes en salud mental, no como una patología, sino como un conjunto de dinámicas relacionales, que podemos denominar “dinámicas triangulares alienadoras”, que exigen el protagonismo de todos los miembros de la familia (incluso incluyendo a la familia extensa de ambos progenitores), no uno o a otro señalando víctimas y responsables (o culpables), sino a todos, a situarse en posiciones defensivas los unos frente a los otros, en numerosas ocasiones sin ninguna intención perversa ni intencionalmente perjudicial en relación a los hijos, sino desde su propio sufrimiento como mecanismo protector frente al duelo generado por diversos episodios de la historia familiar, el impacto de la vivencia de separación como algo traumático (más con hijos pequeños), y la readaptación a la crianza posterior acompañando el proceso de maduración adolescente.
Esto significaría que, sin intención de señalar responsables, haya sido cual sea la historia singular de cada miembro y de cada familia, mirando el aquí y el ahora, resultaría craso error reducir y simplificar el malestar del conjunto familiar, señalando a uno o a otro progenitor, como responsable del sufrimiento infanto-juvenil, sin reconocer la propia historia, ya no como progenitores, sino como pareja incluso como individuos. Legitimando así las necesidades, las capacidades y las carencias de cada uno como factores a contemplar de cara a sumergirnos en cualquier caso que nos ocupe, ya sea para intervenir mediante terapia, mediación o judicialmente.
Soy consciente de que legalmente no se puede (y considero que tampoco se debe) someter a nadie a participar involuntariamente de una relación de ayuda terapéutica, pues no tendría un sentido genuino dicha intervención.
No obstante, estos casos donde tanto la historia familiar, el desarrollo madurativo infantil, acumulados a procesos traumáticos de separación y puede que, de violencia previa, requieran de la revisión sistemática y detallada, así como de una intervención de urgencia cuando los progenitores no puedan (o no quieran) ejercer sus funciones adultas parentales, pero invito a reflexionar qué tipos de intervención se plantean y desde qué motivaciones se proponen.
En este sentido, todo profesional que acompaña procesos, ya sea desde el ámbito de la terapia o la mediación, pero sobre todo del ámbito de lo legal, deberíamos tener presente la necesidad de tratar con rigor y sensibilidad un proceso de duelo familiar que requiere del acompañamiento de diversos agentes preocupados por el bienestar, ya no de un cliente o paciente, dependiendo del ámbito de actuación, sino de la familia en su conjunto, sobre todo, teniendo en consideración los hijos menores.
Recientemente en España se ha incorporado la figura del Coordinador de Parentalidad (Vázquez, et. al. 2018), figura competente del ámbito de la salud mental o del ámbito jurídico con formación y experiencia en mediación que asiste a los progenitores en situación de conflictividad en su función parental. Esta figura, sin cuestionar su relevancia, invita a pensar su lugar en la familia, como agente interviniente en un sistema disfuncional sobre quien recae la delegación de reestablecer ciertas funciones parentales en los progenitores.
Habida cuenta de todo lo anteriormente mencionado, un aspecto a tener en consideración es precisamente que, si las figuras parentales están mermadas en sus competencias parentales, y un profesional se sumerge en la dinámica para orientar, mediar, y tomar decisiones, dicha función del profesional evidencia y confirma a los hijos la incapacidad parental, algo que, de ser obviado, refuerza el poder y el control del hijo sobre alguno de los progenitores, si no los dos.
Lo que me gustaría invitar a reflexionar, es precisamente en la función de una figura instaurada judicialmente en las relaciones familiares, que además de mediar o tomar decisiones en base a los términos y condiciones de la resolución judicial, pudiera desarrollar un trabajo, llamémosle “pretratamiento”, que llevara a los miembros de la familia a tomar conciencia de la posible necesidad de buscar ayuda específica, psicoterapéutica -individual o relacional- o de mediación, que acompañe y complemente el procedimiento judicial y, por otro lado, coordinar precisamente el trabajo interdisciplinar de todos los profesionales que puedan intervenir con el núcleo familiar, ya sea individualmente o conjuntamente, con la finalidad última de, por un lado, capacitar a las personas y las relaciones paterno-filiales que establecen, lo suficientemente competentes afectiva y emocionalmente como para reestablecer las relaciones entre padres e hijos, fin último, empero, de todos los profesionales que acompañamos dichos procesos relacionales familiares.
Conclusiones
En definitiva, me gustaría concluir estas breves líneas, con algunas ideas que considero de cierta importancia en lo referente al establecimiento de una relación de ayuda (al fin y al cabo, todos prestamos una relación tal con las personas que necesitan de nuestros servicios), como es la importancia de atender con seriedad, rigor y sensibilidad cada caso, pues detrás de lo que comparten, hay una historia previa de sufrimiento.
Además, considero que la coordinación entre diversos profesionales y disciplinas es fundamental para poder articular todo el entramado de relaciones, así como su historia, con el propósito de ofrecer una propuesta que permita seguir creciendo personal y relacionalmente (entre padres e hijos), no ciñéndonos al bien individual dado que en ocasiones puede que dificulte, incluso perjudique al crecimiento y la maduración sana y saludable de los hijos.
Quizás no en todos los ámbitos se deba profundizar en su historia con la misma intensidad ni intencionalidad, pero sí considero que todos les debemos interés genuino por comprender su historia, en qué momento se encuentran, así como hacía donde son capaces de avanzar, con la intención de plantear posibilidades que les sirva a tal propósito, a continuar madurando como individuos y como familia (en la medida que se considere oportuna pues, por supuesto, habrá casos en los que no sea ni conveniente ni posible).
En este sentido, invitar también a tomar cierta conciencia de que cuando trabajamos con un individuo, indirectamente trabajamos con su historia y su red de relaciones familiares, pues los pasos que den, afectarán a los demás quienes también harán movimientos -o contra-movimientos-, y de esto, depende como nosotros acompañemos el proceso.
Otra idea que me gustaría reseñar en relación a esto último, es la importancia de no culpabilizar y considerar al conjunto familiar a la hora de trabajar con un miembro, no para que participen activamente ni siquiera presencialmente, sino para ayudarles a tomar conciencia de por qué hacen lo que hacen, a quien perjudican, a quien benefician, e invitarles a pensarse los unos a los otros, no permitiendo que cada uno se centre en sí mismo olvidando el bien más importante, que son precisamente los hijos.
Habida cuenta de lo anterior, la siguiente reflexión apuntaría a pensar si determinadas conceptualizaciones nos ayudan a comprender las dificultades reales y de fondo de las familias, si sirven para aunar esfuerzos en la atención a las mismas, o a generar discrepancias y desencuentros, y si verdaderamente responden a sus necesidades o a intereses contrapuestos de profesionales que nos distancian más que unen para proponer relaciones de ayuda.
Y, por último, respecto a la figura profesional del coordinador parental que he señalado anteriormente, además de cumplir las funciones definidas y concretadas, la idoneidad de asumir cierto protagonismo (que repito, podría sin cierta sensibilidad llegar a ser invalidante y desfonfirmante de las figuras parentales biológicas o adoptivas), es capaz de hacer un trabajo madurativo con la familia de toma de conciencia de posibles necesidades que no pueden venir impuestas judicialmente, pero podrían resultar beneficiosas si previamente se ha trabajado el sentido de las mismas, siendo además, el coordinador parental, la figura que podría coordinar a todos los profesionales intervinientes con las familias con el propósito de ofrecer una ayuda integral, coherente y compartida.
Raúl Gutiérrez-Sebastián
Zaragoza, 26 de agosto de 2019.
Referencias bibliográficas
Gardner, R.A. (1985). Recent trends in divorce and custody litigation. Academy Forum, 29 (2), 3-7.
Hoffman, L. (1981). Foundations of Family Therapy.A conceptual framework for systems change. Basic Books, Inc., New York.
Linares, J.L. (1996). Identidad y narrativa. La terapia familiar en la práctica clínica. Barcelona, Paidós Terapia Familiar.
Tejedor, A. (2006). El síndrome de alienación parental. Una forma de maltrato. Madrid. EOS Psicología Jurídica.
Vázquez, N., Tejedor, A., Beltrán, O., Antón, M.P. y Delgado, J. (2018). Manual de coordinación de parentalidad. Abordaje de familias con hijos atrapados en rupturas conflictivas. Madrid, EOS Psicología Jurídica.
[1] Para facilitar la lectura se evita la duplicidad de género, utilizando el masculino en referencia a ambos géneros, sin pretender con ello ninguna consideración de tipo discriminatoria.
Raúl Gutierrez es Licenciado en Psicología con Especialidad Clínica. Así mismo, es Terapeuta Familiar acreditado por la FEATF (Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar) y Psicoterapeuta Docente acreditado por la FEAP (Federación Española de Asociaciones de Psicoterapia).
Ha cursado Máster en Investigación en Psicología, Máster en Psicoterapia Familiar y de Pareja y Máster en Psicoterapia Psicoanalítica, formado también en MBT-F (Metalization Based Treatment for families), acreditado por el Anna Freud Centre de Londres y Análisis transaccional por EATA.
Desarrolla su labor profesional como psicólogo y psicoterapeuta familiar e infanto-juvenil, con más de diez años de experiencia en el trabajo con menores en sistema de protección de menores y justicia juvenil, formador y supervisor de equipos técnicos de intervención directa con adolescentes y familias, y psicoterapeuta en consulta privada.
También es colaborador profesional de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y la Universidad de Zaragoza, así como Colaborador Docente de la Escuela Vasco Navarra de Terapia Familiar, ponente en numerosos Congresos nacionales e internacionales y autor de diversas publicaciones relacionadas con adolescencia y familia.